No puedo culpar al viento
de la noche fría por traerme tu recuerdo, ni puedo culpar a las aves que cantan
por la mañana recordándome el tono de tu voz. Quisiera encontrar a
quien cargarle el sentimiento que produce en mi ser las constantes repeticiones
de tu adiós en mi cabeza, esa insistente letanía del ya no te amo que me
dijiste, seguido del retumbo de tus labios cuando aún me decías lo contrario.
A
quien le reprocho esta agonía, a quien le reclamo mi necedad, si los únicos
culpables somos tu y yo por habernos amado tanto; el tiempo por habernos
cruzado en el preciso momento cuando el amor flotaba en el aire, al destino por
haber dispuesto que estuviéramos en el mismo estadio, a la vida por regalarme contigo un poquito de felicidad.
Hoy
dejo el reproche, dejo el reclamo, te dejo a ti para que al fin aprendas a
vivir sin mí, me marcho para poder demostrarme que sin ti viví muchos años, y
que así puedo continuar. Aunque el viento te siga trayendo hasta mi recuerdo,
aunque el canto de los pájaros me avisen que un nuevo día sin que estés a mi lado llegó,
aunque el brillo de la luna me siga recordando nuestras promesas, y aunque yo
mismo no le encuentre sentido a la vida si no es contigo, refugiado en la
comodidad de mi soledad inconforme.